Si existe una palabra clave capaz de resumir el sentimiento generalizado de la sociedad durante los últimos años es, casi con toda certeza, “incertidumbre”. Esta sensación que nos embarga física, mental y emocionalmente de “no saber lo que puede pasar en el futuro” mediato o inmediato”. Los hechos sorpresivos, para los que nadie suele estar preparado, incrementar la percepción de pérdida de control, la sensación de ansiedad, el miedo y la apatía, generando consecuencias en nuestra calidad de vida.
Aunque la visión del coronavirus como algo preocupante ha caído según el último barómetro de los investigadores sobre lo que inquieta al mundo, los cambios en el contexto económico y político de los últimos meses están impactando en las personas, que temen lo que puede ocurrir con la escalada de precios y hasta con la reorganización política mundial.
Por ello, desde todas las disciplinas se avanza, a pasos acelerados, en el abordaje de un concepto: la gestión de la incertidumbre. Una tarea de la que se han ocupado los estados, las empresas y, sobre todo, las personas en su cotidianeidad, muchas veces de manera intuitiva.
La gestión de la incertidumbre consiste en entender una situación de forma general, distinguir todo aquello que podemos controlar de lo que no está a nuestro alcance controlar, para así tomar las decisiones correctas. Aprender a actuar y a decidir en contextos inciertos, poco predecibles y muy cambiantes, nos asegura reducir la carga de ansiedad y de preocupación y mejorar nuestra perspectiva y expectativa a futuro.
Pero este contexto también está provocando un cambio muy importante en la percepción que la gente tiene hacia los seguros como grandes herramientas para minimizar la incertidumbre, planificar y prever la vida, la administración de los recursos y los imponderables.
Es lo que se llama conciencia aseguradora: transferimos los posibles riesgos a los que nos podemos enfrentar y que nos pueden generar consecuencias indeseables, al mercado asegurador.
¿Qué significa esto?
Los seguros, casi por definición, son instrumentos financieros que contribuyen a dar cobertura, protección y previsibilidad frente a contingencias que pudieran afectarnos en nuestra vida y patrimonio, propio y familiar.
En Argentina estamos avanzando socialmente desde el concepto de contratar un seguro porque la ley lo exige a contratar un seguro porque necesito la certeza de que estaré cubierto ante la imprevisibilidad y de que podré planificar mejor mi futuro aún ante una economía cambiante.
Un excelente cambio:
La comparación con otros países y culturas nos marca aún un largo camino por recorrer. En el resto del mundo, primero se asegura la vida de las personas, después la seguridad social, la vivienda, y por último el auto. Si no se puede pagar el seguro de un auto, no se lo compra. En Argentina el proceso se venía dando al revés: estamos más acostumbrados a resguardar los bienes por sobre las personas.
Debido a las reiteradas crisis económicas a través de los años, el monto que otorga el sistema previsional o jubilatorio vigente no alcanza para cubrir los gastos básicos. Frente a esta situación, es importante planificar en forma anticipada el momento del retiro para llegar a esta etapa con estabilidad financiera: cuanto antes uno pueda capacitarse, entender y comenzar a invertir su dinero para el futuro, será mucho mejor. Uno de los instrumentos para ayudar a concretar este objetivo son los seguros de vida con capitalización y los seguros de retiro. Son productos muy flexibles que se adaptan a la necesidad de cada persona e incluso se pueden ir adecuando a lo largo del tiempo según su situación personal.
Este miedo a lo incierto hizo que el interés de los argentinos por estas pólizas creciera exponencialmente y que se convirtieran en uno de los productos más elegidos, sobre todo en el segmento de los más jóvenes que optan por asegurar su futuro, permitiéndoles una vida laboral más libre sin que el fantasma de una jubilación mínima les caiga encima. Dos factores ayudaron a mejorar esta situación: la necesidad de una mayor protección y de una planificación financiera.
El contexto económico nacional también fue un factor clave: la inflación, la suba del dólar y las limitaciones cambiarias dieron lugar a que las personas buscaran nuevas alternativas para destinar sus ahorros y no perder poder adquisitivo. Este tipo de pólizas se cotizan al valor referencial del dólar oficial, pero se pagan en moneda local y sin impuestos adicionales, permitiendo surfear la inestabilidad del peso, pero además son deducibles en la base imponible del Impuesto a las Ganancias y esto funciona como un incentivo más para su contratación.
Asegurar el futuro es posible. Y a tu medida.
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